
Biblia y vida
Padre Manuel Antonio García Salcedo*
Arquidiócesis de Santo Domingo
JOB:
Tratemos ahora de los Libros Sapienciales a Job. Pasado el tiempo del destierro del pueblo de Israel en Babilonia se inicia el cuestionamiento de la doctrina de la retribución.
Si una desgracia, enfermedad y tiempos de hambre acontecían, seguro que el pecado habitaba en la vida de esta persona y en todo el Pueblo de Dios. Pero cuando estas tres eventualidades ocurrían al Justo y al pueblo fiel a la Alianza de Dios, los castigos sin pecado no tenían razón de ser.
El libro de Job responde a esta cuestión con la fidelidad del Dios para con el creyente que sufre todo tipo de calamidades. Un instigador llamado Satán de esta desventura es el responsable de probar la fidelidad del hombre de Dios a su Creador y Redentor.
Tres legisladores cuestionan al justo en representación de todo el Pueblo de Dios de sus desgracias. Alguna culpa debe tener Job de esta situación. Se equivocan totalmente.
En esta vida el hombre debe afrontar el misterio del dolor, el sufrimiento, la angustia, la injusticia, los miedos, la muerte. La reflexión del escándalo de la fe ha de encontrar una representación de todo hombre que asuma, supere y muestre su necesidad de Dios en los límites de existencia humana misma, infranqueables para el hombre mismo.
Dios es Dios sin cuestionamientos en cuestiones que sobrepasan la capacidad del ser humano. Puede la vida restaurarse y transformarla en un nuevo proyecto vital en beneficio de todo el pueblo santo de Dios.
El libro tiene una estructura primitiva que está muy delineada en el primer capítulo y en el final. En el primero se presenta a Job como el cumplimiento de la doctrina clásica en que el hombre cumplidor de la Ley de Dios tiene riquezas, abundancia de familia y una salud física inquebrantable.
Aparece la corte del cielo: El Señor, nuestro Dios y un acusador envidioso del justo Job y criatura desafiante del mismo Dios Creador de cielo y tierra, ámbito en el cual se despliega su sabiduría y poderío divino supremos.
Si Job es despojado de todos sus familiares, de todos sus teneres y sometido a la finitud y descalabro de su organismo con todo tipo de carencias materiales y sin acompañamiento, maldecirá a Dios, lo traicionará y no tendrá sentido la obra de Dios en su imagen y semejanza que es el hombre mismo, su pueblo santo.
De manera teatral y novelesca se desarrollarán las decisiones y contiendas eternas en la historia de la humanidad. Dios decide aceptar el desafío del personaje antagónico de tradición babilónica, lugar en que no prima la ley y las bondades de Dios por su prepotencia, violencia e intención de acaparar lo que es propiedad del mismo Señor.
El hombre es sólo un administrador temporal de todo lo que Dios le da. En muchas ocasiones en la vida será privado de todo hasta que llegue su final.
Su actitud y postura será la de sometimiento, adoración y búsqueda humilde de superar el infortunio y las debacles que implican estar vivo y habitar la tierra, así como el sin fin de confrontaciones que los hombres y pueblos tienen entre sí.
Con semejanzas muy cercanas los relatos de creacionales, el pecado y la promesa de la redención, el protoevangelio, se presenta en el primer capítulo del libro la vida paradisiaca de Job en su tierra.
La que anhela todo hombre en Israel: tierras y animales en abundancia, muchos sirvientes, una familia numerosa en extremo que garantizara su descendencia fiel al Dios de los Padres, una fisionomía envidiable y una juventud viril que parecería no terminar.
Dios permite la actuación limitada en tiempo y espacio del Satán o figura celeste que desafía al creyente y a toda la institución religiosa a cargo de las leyes, el culto y administración, esencial para la vida social de toda comunidad y nación.
Será la mujer de Job quien le tentará. Los eventos naturales del clima, telúricos y los insociables ladrones y asesinos acabaron del todo con las tierras, los animales y los sirvientes de Job.
Su familia extensa muere de forma trágica. Un dolor insoportable emocional, anímico, afectivo se apodera del cabeza de aquella extinta descendencia.
Y como el leproso anunciado y necesitado de redención, el cuerpo de Job es presa y receptáculo de las enfermedades sin cura, dolorosas y degradantes de su tiempo.
Quien queda a su lado de todos los suyos únicamente le dice: maldice a Dios, es decir, busca tu muerte, acaba con tu vida, nada tiene sentido o como se dice en lenguaje antagónico de la fe: Dios no existe, nada tiene razón ni propósito de ser, es mejor terminar con todo.
Si hemos de recibir de Dios sus bendiciones, ¿por qué no hemos de recibir sus correcciones? Así parafraseamos al texto original.
Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo a la tierra volveré. Este es un verdadero credo de fe y filosofía de vida más elevada que se puede alcanzar, para el creyente y todo ser humano de todos los tiempos y circunstancias.
Del capítulo 2 al 42 se despliegan los poemas de Job, verdaderas reflexiones filosóficas ante los cuestionamientos punzantes que le hacen sus acusadores para que confiese que las desgracias que ha vivido son culpa de su pecado.
Job no cede a la presión en medio de todas sus calamidades. Sí debe reconocer que en limitación humana, el querer por las propias fuerzas, recursos y astucias salir de esa situación en la que solamente Dios tiene la última palabra.
Llegar debe la criatura al reconocimiento de su pequeñez y la brevedad de su existencia, lo finito de cualquier conocimiento y capacidad que pueda alcanzar.
Al final del capítulo 42, Job recibe por su fidelidad, después de ser severamente amonestado a nombre de todo el Pueblo de la Alianza por el Señor Dios, familia en mayor número, mucho más bienes y su salud para seguir adelante sirviendo al único Redentor de la historia humana.
El corazón de este texto sagrado y anuncio preclaro de la Tradición Cristiana de los Padres de la Iglesia en la resurrección de los muertos y en la vida eterna se encuentra en la confesión de fe de Job ante las fauces de la oscuridad y la muerte:
«Yo sé que mi Redentor vive y que Él, el último, se alzará sobre el polvo. Y después que me arranquen esta piel, yo, con mi propia carne, veré a Dios. Sí, yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos» (Job 19, 25-27a).
Doctor en Teología Católica.